CONSERVACIÓN DE LOS LIBROS ANTIGUOS

 Del futuro de nuestra biblioteca no podemos saber nada: si la malvenderán nuestros descendientes o, si por el contrario, la conservarán con orgullo y con cariño. Si perecerá por el fuego, las inundaciones o la guerra, o sí desafiará, inmutable, el paso del tiempo. Lo único que podemos hacer, en el breve lapso que dura nuestra vida (espantosamente corta), es asumir la responsabilidad de que aquello que hemos recibido de nuestros padres, lo legaremos, a su vez, a nuestros hijos, recordando con humildad que, con respecto a los libros, no somos más que sus compañeros de viaje y sus poseedores provisionales. 


        El material del que están hechos los sueños, es un material de pesadilla.



Los libros contiene una amplia gama de materiales orgánicos (sustancias cuyo componente constante es el carbono) que incluyen el papel, las pieles, el pergamino, las telas, los adhesivos, etc. Por la naturaleza de la composición química de estos materiales, que están compuestos de un complejo de polímeros moleculares, estos envejecen y se deterioran hasta llegar a la ruptura de sus cadenas moleculares. Este fenómeno se llama despolimerización.
        La velocidad del deterioro depende de la estabilidad inherente al material, en combinación con ciertas influencias externas, tales como el ambiente y las condiciones de uso y de almacenaje. Es difícil cambiar el carácter intrínseco de los materiales, pero, y esto es muy importante, se puede trabajar firmemente para controlar los factores externos que aceleran la degradación para retardar este envejecimiento.
        Los factores ambientales que aceleran el deterioro incluyen la temperatura, la humedad, la luz (natural y artificial), la contaminación y los agentes biológicos. Cada uno de estos factores, si no es controlado, puede provocar por sí mismo, sólo daños específicos, pero combinados entre sí, pueden provocar daños irreversibles.

        La higiene

El polvo que, inevitablemente, tiende a acumularse sobre los libros contiene agentes que aceleran su destrucción como esporas de hongos, microorganismos, partículas metálicas, grasas etc. Si este polvo llega a penetrar entre las hojas, producirá su abrasión en forma de manchas y, a largo plazo, su destrucción.


Esto hace necesaria una limpieza periódica del lugar, así como de las estanterías y de los propios libros. Debemos para ello seguir una secuencia lógica: techos, paredes, aberturas y pisos. En primer término lo que está arriba, ya que siempre caerá algo de polvo. Después se limpian las estanterías (empezando, también, por la parte superior). Para limpiar cada estante se deben retirar los libros y examinar cuidadosamente los estantes, identificando problemas como óxido, clavos salientes, restos de insectos, rastros de humedad, etc. Después se debe pasar una aspiradora con un sistema de filtro que retenga hasta el polvo más fino para impedir que éste vuelva al ambiente. Después se limpia cada libro, uno a uno, bien con la aspiradora (interponiendo algún tipo de malla plástica), bien con un trapo seco de algodón, pero nunca con un trapo húmedo ni con productos de limpieza. Por fin se devuelven los libros, en perfecto orden, a su lugar.

Temperatura y humedad

  La temperatura debe ser estable y de aproximadamente 20º C. La humedad relativa debe situarse entre un 30 % (mínimo) y un 50 % (máximo). 20ºC de temperatura ralentiza las reacciones químicas dañinas y, es, a la vez, cómoda para trabajar. Respecto a la humedad, este intervalo permitirá que los libros no adquieran una rigidez perjudicial, sin llegar a acelerar las reacciones químicas degradantes. Si estos parámetros no se pueden cumplir exactamente, se debe intentar, al menos, que los libros no experimenten variaciones bruscas de humedad y temperatura, ya que continuas dilataciones, contracciones y condensaciones de humedad, lo dañarían irremediablemente.
        Aunque estos parámetros se pueden mantener estables por métodos artificiales (aire acondicionado, humidificadores, deshumi-dificadores, etc.) sería aconsejable recurrir, por medio de ventanas abiertas, a una moderada corriente de aire y a una moderada entrada de luz solar.

  Los insectos

 Aunque existen numerosas especies de insectos que se alimentan de libros (más de 60 según el Instituto de Patología del Libro, de Roma), como la polilla del tejido, la carcoma, el pececito de plata, la termita de madera seca, etc. debemos, en lo posible, evitar la presencia de tóxicos y venenos en la biblioteca ya que encierran graves peligros, tanto para el libro como para el lector. Con un control razonable de higiene, humedad y temperatura, podemos evitar que estos huéspedes indeseables proliferen.



 Si es inevitable, debemos recurrir a los venenos (siempre asesorados por un experto), depositándolos en zócalos y aberturas y nunca directamente sobre los libros. Tampoco, en ningún caso, se debe fumigar.
 En caso de pequeños roedores, se deben clausurar todas las entradas y orificios por medio de mallas plásticas y cazarlos por medio de trampas mecánica

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