Según algunos
pronósticos, en 10 años más correrán la misma suerte que los discos
compactos, que ya se han convertido en un objeto en desuso. ¿Pasará
lo mismo con el soporte de papel de la literatura?
A muchos podrá parecerles imposible que el libro tal como lo
conocemos hoy esté condenado a la extinción a más o menos corto plazo,
pero lo mismo sucedía respecto de otros elementos de la vida cotidiana, como el
cassette de música y de video, el disco compacto, la agenda y el repertorio
telefónico que, sin embargo, ya son objetos de museo.
¿Dejará de haber estantes repletos de libros en las paredes de nuestras
casas?Así lo cree, por ejemplo, Vincent Glad, de la revista Slate, para quien, con la
década de 2010 empieza "la segunda gran fase de desmaterialización
cultural". "Mientras que la digitalización de la música ha
entrado de lleno en nuestras costumbres (al menos entre los jóvenes), va a
empezar otra, más decisiva quizá, la del libro", pronostica.
Del otro lado, los fetichistas de este objeto juran que,
aun admitiendo las ventajas de la informatización literaria, nunca
renunciarán a sus libros de papel, por el apego que les tienen.
La pregunta que cabe, en todo caso, no es cuándo se completará esta fase,
sino por qué se ha demorado tanto. Todavía no hay grandes catálogos de libros a
disposición del público.
Una dificultad para el paso a la digitalización es que, a diferencia de lo
que sucede con la música, es difícil producir copias piratas de libros
informatizados antes de que la industria los haya puesto a la venta. En el caso
de los discos, el pirateo puso presión a las productoras, obligándolas al aggionarmiento tecnológico.
Por otra parte, para hacer atractiva la biblioteca digital habrá
que darle, precisamente, formato de biblioteca. Del mismo modo que los perfiles
en las redes sociales permiten al usuario personalizar su discoteca y
compartir, por ejemplo, sus gustos con amigos y hasta "prestar"
música, como se hacía con los antiguos discos de pasta y vinilo, la industria
deberá imaginar mecanismos y formatos para que, en el paso del papel a
lo virtual, se preserve el rol social de una biblioteca. Porque los
libros no son meros soportes de contenidos. Son también signos de estatus
social y objetos de culto y colección.
"No hay razón para que no demos el paso (al e-book) una vez que todas
las funciones sociales del libro hayan sido volcadas a Internet", dice
Glad.
En el campo de la resistencia contra la lectura inmaterial, los argumentos
son que la única ventaja es la reducción del volumen, pero ella no
alcanza a compensar la pérdida del placer insustituible de tener un libro en
las manos.
Ahora bien, ¿puede sentirse nostalgia por lo que no se conoce? El
argumento del apego al libro-objeto es válido para quien se formó con esa
vivencia, pero los nativos digitales de hoy y del futuro pueden llegar a no
tenerla, a medida que la literatura y los ensayos suban a la red.
Otros contraponen la lectura reposada, reflexiva, con pausas
para la asimilación, que se lleva muy bien con el papel y las hojas que
pasan, al consumo apresurado, veloz y quizá también más superficial
de los textos digitales. Podría haber, por lo tanto, dos modos diferentes de
lectura que se mantendrán en paralelo.
En la comparación del libro con el disco compacto, el primero sale ganando.
Como se dijo, no es un mero soporte, al modo del segundo. Es la diferencia
entre un objeto con historia y belleza y otro fugaz y sin pretensiones
estéticas, hasta feo, podría decirse, cuya desaparición no conmovió a nadie.
De todos modos, la digitalización llegó para quedarse y la forma de
leer inexorablemente cambiará. Cuánto terreno perderá el libro tradicional
y si quedará confinado a la categoría de objeto de colección o preservará una
importante función en nuestras vidas es todavía materia de especulación. Pero
nada será igual.
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